domingo, 12 de mayo de 2013

PIEL CLARA Y CONSCIENCIA NEGRA. PARA UNA DESCOLONIZACIÓN DE LA RAZA


Mi opinión sobre esta cuestión surge de reflexiones inspiradas por la lectura de la crónica de Cases Rebelles titulada “¿Quién es negro/a?”. No pretende constituir una respuesta teórica universal –hasta dudo de que exista–, sino ser solamente la expresión de una experiencia desde el interior de los límites y de las paradojas de las identidades raciales.
Es imposible aprehender semejante tema sin especificar la naturaleza de la experiencia desde la que lo pienso: soy afrodescendiente de origen uruguayo, nacido y criado en Francia. Sin embargo, la particularidad de mi experiencia respecto de esta cuestión reside en el hecho de que, aunque soy afrodescendiente, se me reconoce en general como blanco, tanto dentro de la sociedad francesa como de la uruguaya, pues la ficticia, pero efectiva, “línea racial” fue franqueada por una aplastante mayoría de mis contemporáneos.
La pregunta que quisiera plantear ahora es la siguiente: ¿en qué consiste lo que queda de la identidad africana o afrodescendiente cuando la línea racial fue franqueada por la mayoría de aquellos que perciben la existencia del afrodescendiente? En otras palabras, ¿en qué medida existe el afro más allá del blanco y de su evidente supremacía? ¿Es posible que la supremacía blanca se reduzca únicamente a prejuicios y discriminaciones y a la asignación a una casta específica dentro de la sociedad?
Identidad: yo y los otros
Es necesario, en primer lugar, considerar la parte ligada a la experiencia propia de esta identidad. Es decir, su relación con los otros y con el “sí mismo” condicionada por la percepción que tiene uno de esta identidad misma, la cual, a su vez, está condicionada por una relación particular con la historia y la cultura.
A mí, probablemente no me van a discriminar nunca en cuanto a la obtención de un empleo o de un ascenso, ni para conseguir alojamiento, ni tampoco en un tribunal. Corro mucho menos riesgo de ser asesinado por la policía que cualquiera de mis hermanos afros, así como me ahorro el padecimiento de todo tipo de prejuicios en mi vida y en mis relaciones con los demás: gozo de total libertad de ser y de hacer lo que quiero sin que aquello se considere vinculado con el hecho de ser afrodescendiente si decido silenciar esta identidad. Si elijo conservar el secreto de mis orígenes, mi opinión acerca de las cuestiones sobre la esclavitud, la historia africana, el colonialismo o el racismo, siempre será recibida como más neutra y equilibrada que si tuviera la piel oscura (como si el hecho de beneficiarse de un sistema volviese al beneficiario mejor capacitado para juzgarlo objetivamente).
No pienso seguir elaborando un listado de las ventajas que me otorga el color de mi piel. Para ello, remito al lector al excelente artículo de la norteamericana blanca Peggy McIntosh sobre el privilegio de ser blanco3 .
Mi caso, sin embargo, es un poco más complejo de lo que podría parecer, por haber vivido experiencias de “salida de raza ”4 en las que mi interlocutor había “detectado” mi “no blancura”. Considerando que rara vez se abordará espontáneamente este tipo de tema durante una conversación, me es imposible saber si el otro ve más allá de mi máscara y me ve, entonces, como me veo yo. Este planteo se vuelve más difícil de resolver si admitimos que aquel que me considera blanco me ve tan incuestionablemente blanco como mestizo aquel otro que me intuye mestizo. Ello debería llevarnos a interrogar las líneas raciales y su subjetividad.
Se generan entonces una especificidad y una complejidad adicionales en el hecho de quedar atrapado objetivamente, por el entrecruzamiento de variadas experiencias vividas, en un envoltorio racial borroso. Se me atribuyó una serie de orígenes tan insólita como original, pasando del alemán, ruso o checheno al beréber, cabila, italiano, israelí o turco, o por orígenes más complejos como el mestizo (entendiéndose negro-blanco), el martiniqués, el eurasiático, llegando a veces a una total incertidumbre en cuanto a mi parte “no blanca” percibida cada tanto por algún interlocutor. Mi experiencia me permite elaborar series de suposiciones según la edad o el origen de la persona; en general, es la gente mayor la más hábil en detectar mi parte “no blanca”, así como también la gente del “mundo anglosajón”, donde la raza es objeto de una atención secular.
Por tanto, es sencillamente imposible saber en qué proporción exacta detento algún privilegio del ser blanco, pero parto del principio de que me beneficio de él porque, la mayoría de las veces, la máscara funciona.
Tengo la prerrogativa de poder definirme a mí mismo como se me canta pues, aunque mi interlocutor percibiese en mí mi parte “no blanca”, podría tranquilamente refutarla y esto quedaría aceptado sin problema. Así, a veces ocurre que alguien se percata de mi mestizaje a partir del momento en que aludo a mis orígenes, no antes.
Por lo que el lector podría preguntarse, y sin duda lo hace, ¿por qué me defino en tanto mestizo y afrodescendiente y no en tanto blanco? ¿Qué es lo que me distingue de un blanco? Desde ya, aquello consiste principal e inevitablemente en lo que realmente soy: poco importa que las líneas arbitrarias de las razas me piensen como aquello o lo otro, no puedo cambiar el hecho de que el padre de mi madre es negro, que toda su vida tuvo una experiencia de negro, que su propio padre era negro como él y que la madre de este último probablemente nació esclava en Brasil. Si yo fuese el hijo de una japonesa y un español, podría llegar a ser percibido en América del Sur como indio5 , pero ¿alcanzaría esto para que lo sea? En Francia, algunos árabes con la piel clara y los ojos verdes pasan a menudo por ser blancos, pero ¿alcanza esto para que lo sean?
Esta es una regla lógica y simple que afirma la existencia de una diferencia entre el ser y el parecer y que, además, perdió vigencia tanto en lo que concierne a la raza como, por otra parte, al género: es lo que hace confundir el orden social con el orden natural.
Responsabilidad, historias y antepasados
La unión entre la experiencia afro y yo tiene lugar en el aspecto a la vez íntimo y profundo de esta cuestión: yo no elegí esta identificación o esta relación con la historia, se me impuso. No puedo decidir pensar en eso un día y olvidarlo al día siguiente; está inscripto en mi cuerpo, en lo más profundo de mi memoria, en mi nombre: no creo que haya pasado un solo día desde hace muchos años sin que piense en esta cuestión, o en la esclavitud. El valor que intento infundir en este texto es esta relación “íntima”, constitutiva, de la experiencia afro: no uso ninguna palabra al azar.
Cuando digo que fueron mis tías y mis madres las que fueron violadas en esta época en las plantaciones, es algo que para mí cobra plena realidad. En cualquier situación en la que se evoca mi apellido, me es IMPOSIBLE no pensar que se me está nombrando con un nombre que no es el mío; es un estigma estampado sobre mí y sobre mi familia, y la continuidad de este crimen reside en el hecho de que yo no llevo el nombre de mi familia, sino el de su verdugo. Este nombre me despersonaliza aún más por negarme mi identidad africana. El saber que mis antepasados fueron arrancados de sus tierras africanas para viajar apilados como ganado en las calas de siniestros navíos, luego fueron vendidos como “muebles”, sin otro horizonte que el de la servidumbre, contribuye en gran parte a la construcción de mi identidad. Mis ancestros fueron excluidos de la humanidad (sin jamás haberla integrado realmente), se les impusieron nombres, religiones e idiomas en un proceso de despersonalización necesario para la “producción” de esclavos. Vivieron a continuación durante varias generaciones en lo que se llama ahora el “universo concentracionario de América”. El blanqueamiento de mis ancestros resulta ante todo de la violación sistemática de las mujeres, de mis madres y mis tías, lo que explica por qué el afronorteamericano posee un promedio de 25% de “sangre europea”. Al respecto, Cases Rebelles subraya con acierto que esta sangre proviene en la cuasi totalidad de los casos del lado paterno6 : “Porque allí como en otras partes, en América las violaciones aclararon las pieles. Reprochar a los descendientes de esclavos su tez, sus lugares, sus idiomas, su cultura, es reprochar a los esclavos el haber devenido esclavos. Lo cual es miserable y remata con magnificencia la obra de los negreros. En la esclavitud, no solamente lo perdimos todo porque éramos negros, sino también porque, además, nos volvimos blancos”.
Tampoco me es posible olvidar que la lucha incesante por una mera supervivencia dentro de un infierno innombrable ha sido la regla de sus vidas a lo largo de más de cuatro siglos. El hecho de saber que la existencia entera de mis padres y de mis madres se redujo a ser únicamente una herramienta económica al servicio de la construcción de la “modernidad occidental” y en detrimento de sus propias civilizaciones, llegando hasta la negación de ellas, no está suavizado por tener una piel clara. Saber todo aquello es una experiencia en sí misma de la que nunca he podido desprenderme, y ni el color de mi piel ni la textura de mi cabello cambia en nada la historia de mis ancestros y la conciencia que tengo de ella. Saber que llevo el apellido del que compró y explotó a mi familia durante varias generaciones no se vive más fácilmente con ojos verdes que con ojos negros.
Gracias a esta lucha heroica de cada instante quedan testigos para acompañarme, quedan “afrodescendientes”; no desaparecimos como otros tantos pueblos que, al igual que nosotros, padecieron un genocidio. Mientras haya personas que sean reconocidas y que se reconozcan como afrodescendientes, la memoria de nuestro pueblo y de nuestra historia quedará viva e ineludible. Peso mis palabras, sobre todo considerando un contexto regional donde, por ejemplo, la población afroargentina desapareció en su casi totalidad en menos de un siglo: estadísticas de principios del siglo XX demuestran que había un 30% de afrodescendientes en Buenos Aires. Hoy, siguen presentes, pero en una proporción mucho menor y, sobre todo, quedan persistentemente invisibilizados dentro de una sociedad cuya mayoría blanca no tiene –o prefiere no tener– conciencia de la existencia de una “tercera raza” en su suelo7 .
El hecho de no querer reconocerme afrodescendiente, y entonces pretender ser blanco, sería a mis ojos una traición de aquello que tuvieron que vivir mis ancestros. Representaría también una mentira que transmitiría a mis hijos, pues mi apellido es de origen portugués, cuando la persona que lo recibió de parte de su amo no era portuguesa, sino indudablemente africana.
Me considero depositario de esta historia.
No creamos que la supremacía blanca terminó con la abolición de la esclavitud ni tampoco hoy de manera oficiosa. En Uruguay, por ejemplo, siguió presente oficialmente hasta épocas muy recientes, por medio de leyes raciales que encerraban a los negros considerados “agitados” en prisiones especiales llamadas “asilos para mandingas”. Sin hablar del reclutamiento forzado de los negros en guerras para defender a una nación que los había reducido a la esclavitud, cuando los blancos eran, por supuesto, libres de comprometerse o no.
En el transcurso del siglo XIX, decenas de millares de africanos y de afrodescendientes perdieron su vida en los campos de batalla contra Brasil, Portugal, Inglaterra, España, Paraguay y Argentina, utilizados como carne de cañón por unos y otros. Este hecho sería un elemento decisivo en el genocidio de los afroargentinos cometido por San Martín durante ese periodo; sin olvidar el enorme número de africanos y de afrodescendientes muertos en la guerra civil uruguaya entre los dos partidos políticos que, por otra parte, abolieron la esclavitud con el único propósito de reclutar negros para esta batalla.
Podríamos evocar el desprecio aún palpable hacia todo lo que se refiere al negro, al africano, a su historia y su cultura sencillamente descartadas como inexistentes o como insignificantes. Todos los elementos asociados a la cultura afro, o bien son recuperados y desviados de su sentido original por la cultura blanca8 , o bien son percibidos de modo negativo por la sociedad. No se enseña absolutamente nada en la escuela de la historia de la esclavitud, de África, y si es que se aprende algo, se lo hace tomando distancia de esta historia, nunca mediante una identificación. Además, el mito que haría de Uruguay una nación blanca pura sigue actuando sobra las mentes por más que el activismo de las asociaciones afrouruguayas y amerindias haya logrado algunos cambios. Este mito es tan arraigado que la mayoría de los uruguayos blancos declaran con orgullo que todo el mundo, en su país, es de ascendencia italiana o española, con lo que se distinguen así del resto de América del Sur, ignorando, o pretendiendo ignorar, que los afros están presentes en estas tierras porque los trajo la deportación de sus ancestros africanos para esclavizarlos. Se repite también ad nauseum que todos los amerindios murieron, como para deshacerse del “problema”, negando así la realidad de la presencia de sus descendientes en Uruguay.
Lo que sí se ignora, en todo caso, es que el país se construyó gracias al trabajo forzado de los esclavos africanos y de sus descendientes: sea en la industria de la carne o en la construcción y el mantenimiento del puerto de Montevideo, o del de Colonia del Sacramento, la mano de obra era africana. Sin embargo, en los cuadros y grabados que relatan estos episodios es muy raro vislumbrar figuras africanas; los artistas locales que los tomaron en cuenta, a menudo, se limitaron a mantener a los negros en un papel histórico segundario.
Toda esta parte de la identidad negra está ligada a la ascendencia compartida por todos aquellos que se reconocen o son reconocidos como afrodescendientes, más allá del hecho de vivir o no la discriminación y la asignación de un lugar especial dentro de la sociedad. De ningún modo esta ascendencia es vivida o percibida de la misma manera por todos los afrodescendientes. Hay quienes viven cotidianamente la experiencia de ser mirados como negros pero no otorgan ningún interés a la historia de sus antepasados o de África.
Rechazo tajantemente que se me deniegue esta identidad bajo el pretexto de reglas arbitrarias definidas por el sistema colonial mediante el “colorismo”: si tuviera exactamente la misma fisionomía, con un color de piel un poquito más oscuro –parámetro que solamente depende de una ínfima parte del patrimonio genético transmitido por mis ancestro, entre tantos otros–, entonces el conjunto de la sociedad me reconocería como negro. ¿No parece absurdo? El color “negro” de la piel no es sino un accidente de la identidad esencial afrodescendiente, no la condiciona en nada. Jamás hubiese habido negros de no haber habido blancos. Resulta más absurdo aún, si cabe, que los propios afrodescendientes retomen y utilicen estas mismas categorías inventadas por los colonos europeos. Nunca faltó gente para calificar a Amilcar Cabral o Malcolm X de “falso negro”, so pretexto de que tendrían una parte blanca. Mi propósito no consiste en una voluntad de quedar asignado a un lugar poco deseable dentro de la sociedad por obra de una dudosa empatía, sino en ser reconocido así como yo me reconozco y tal como soy. Defiendo pues el derecho a la autoidentificación en contra de la borradura de una historia y de un pueblo: mi determinación a actuar en este sentido se encuentra reforzada por una aguda convicción de que la política de las élites blancas uruguayas del siglo XIX aplicada al blanqueamiento de mi pueblo y de mi país fue absolutamente deliberada.
Y esto se observa particularmente hoy en Uruguay, donde gran parte de los afrodescendientes no son considerados como tales (aunque la palabra, en definitiva, sirve únicamente para decir negro sin decirlo: recuerda un poco la perífrasis “gente de color” de otra época, cuando el alcance de esta definición era diferente), sino que van a ser calificados como “mulato” si son de piel digamos más clara que el “fenotipo” imaginario del “africano”. Se trata de un proceso inconsciente de desvanecimiento de los africanos y de sus descendientes de la historia y del paisaje nacional porque, efectivamente, los negros pueden desaparecer de una sociedad posesclavista (como en la Argentina, lo comentaré en otro artículo), pero los afrodescendientes no pueden hacerlo. Al menos mientras duren la autoidentificación y el rechazo de estas reglas innobles cuyo vocabulario proviene en general del mundo animal y vegetal (mulato, mestizo…).
Son numerosos, en la historia de los afrodescendientes, los mestizos que detectaron la trampa tendida por la supremacía blanca y eligieron reivindicarse en tanto negros. No faltan los ejemplos: Malcolm X, Angela Davis, W. E. B. Dubois y muchos otros no eligieron la denominación aséptica y exclusiva de “mestizo”, que los colocaría de hecho en un no man’s land racial e histórico, sino que asumieron plenamente sus herencias históricas con la consciencia muy clara de que no hay motivo por avergonzarse de ellas. ¿Quién ha visto a un blanco americano dejar de autodefinirse por su ascendencia irlandesa o italiana so pretexto de que esta se remonta ya a varios siglos atrás, como ocurre a menudo? Cada uno se aferra a su identidad precolonial y resulta de lo más comprensible: solamente a los africanos se les pide con condescendencia que miren para adelante y dejen de rumiar el pasado.
Esta parte de la identidad negra no está alterada por el mestizaje, queda inscrita en mis genes y en mi relación con la historia colonial. No está “atenuada” tampoco por mi parte blanca, porque mi percepción con respecto a la historia no es el resultado de un minucioso cálculo del porcentaje de “sangre” negra, blanca o indígena. Les guste o no a los supremacistas blancos que se regocijan perniciosamente de poder silenciar a un mestizo, si este se identifica con la historia de sus ancestros africanos, mediante el justificativo falaz de que él también sería portador de una “culpabilidad compartida” por tener ancestros blancos. Este tipo de argumentación solamente devela una culpabilidad blanca mal digerida. Se utilizará con más fuerza si la apariencia del afrodescendiente aludido se asemeja más a la de un blanco que a la de un negro. Como si fuera posible que la “sangre blanca” limpiase la “sangre negra” de la historia. Se produce ahí un efecto perverso de la ideología del mestizaje en tanto horizonte ideal en los países poscoloniales, asunto sobre el que volveré en un próximo artículo.
No se trata de una cuestión de culpabilidad; no creo que la culpabilidad o que la responsabilidad tenga por qué ser hereditaria. Cada uno es únicamente responsable de sus propios actos y sería absurdo guardarle rencor a un blanco por aquello que hicieron sus antepasados e igual de injusto sería el hecho de ampliar a todas las personas de “su raza” una responsabilidad general. La demanda de reparación por la esclavitud, legítima y que comparto, no tiene nada que ver con alguna culpabilidad, sino con el hecho de devolver lo que ha sido tomado. La “culpabilidad blanca” emana con frecuencia de los blancos mismos, quienes sienten malestar cuando se habla de estos temas, como si se aludiera directamente a ellos. El trabajo simbólico y psicológico por hacer es enorme: la negación de este problema solamente prorroga infinitamente la supremacía blanca, y la ausencia de este trabajo produce una falsificación sistemática y patológica de la historia africana. Frantz Fanon decía que matando a un colono se liberaba a dos personas del colonialismo: hay que descolonizar tanto al blanco como al negro10 .
Si una fortuna se construyó a base de trabajo forzado, entonces tiene que ser restituida. Y este es el caso del desarrollo económico de Occidente y de su pasaje a la modernidad industrial: sin la acumulación permitida por el saqueo de las riquezas de África y de las Américas y la masa gigantesca de obras realizadas gratuitamente por brazos africanos y amerindios, Occidente nunca hubiese salido del medioevo económico (Eduardo Galeano, entre otros, lo demuestra en su libro Las venas abiertas de América latina11 ). Los judíos recibieron reparación de parte del Estado alemán, no porque cada alemán sea responsable de la Shoah, sino porque el Estado alemán cometió el genocidio en tanto tal, además de sacar extraordinarias riquezas de la confiscación de sus bienes. Asimismo, los estadounidenses de origen japonés obtuvieron reparación por haber estado internados en campos durante la Segunda Guerra Mundial. Son dos las dimensiones: el crimen cometido y las riquezas obtenidas de este crimen. No existe ningún motivo por el que los africanos deberían quedar excluidos de la justicia humana.
Cultura y liberación
Después de recorrer el aspecto “vivido” y el aspecto histórico de la identidad afro, quisiera ahora detenerme en la noción de cultura, que tiene aquí un papel fundamental.
La cultura afroamericana (y no solo afroestadounidense) tuvo una importancia enorme en mi concientización hasta integrar mi propia identidad, bajo las dos modalidades descritas a continuación.
En primer lugar está el papel esencial de la cultura como correa de transmisión: por medio de la música, la literatura y el cine tuve conocimiento de la historia de mis ancestros afroamericanos. La narración histórica eurocéntrica que nos envuelve inevitablemente en Francia no hizo sino subrayar la ausencia de mi propia historia en mi conciencia y en la conciencia general: asombra sobre todo por su falta de consideración. Esto era muy difícil al principio, sin una buena caja de herramientas: ¿cómo averiguar si lo que me iban a enseñar sobre mis ancestros no era una mentira y una manipulación? Porque aquel que se presenta como autoridad histórica es la continuidad histórica de aquel otro, responsable de la destrucción de África. Por lo tanto, fue por medio de la herramienta necesaria del afrocentrismo que emprendí la deconstrucción de la historia de África que se me había contado hasta entonces. Más tarde, gracias a la crítica radical de la epistemología y del paradigma de la modernidad occidental, pude empezar a deshacerme de la ideología colonial. La lista de los que tienen mi gratitud por el desarrollo de este proceso es demasiado larga para ser incluida en este artículo; espero poder establecer pronto una bibliografía para remediar esta falta.
El drama del descendiente de colonizado que vive en el mundo de la supremacía blanca, en mi opinión, reside en esto: padece una despersonalización caracterizada por su ausencia en el interior de la narración histórica que la nación hace de sí misma. Él no es sino un objeto de la historia, no existe fuera de su relación con el blanco. Esta dependencia resulta particularmente exacerbada en la mitología producida respecto del afroamericano: fue comprado, reducido a la esclavitud y luego por fin liberado, pero siempre por el blanco.
Es la cultura, en tanto aspecto reconstructor y productor de una identidad autónoma, de un nuevo centro para el descubrimiento y la identificación con la larga y continua historia de las luchas africanas y descoloniales, la que devuelve su humanidad al colonizado pues, en adelante, es un ser que actúa.
Fue difícil, debido a la presión constante de parte de la ideología colonial para singularizar, minimizar y apropiarse de la lucha: ¿acaso no es muy común escuchar que los colonizados arrancaron sus cadenas gracias a los ideales de las Luces? Jeque Mohamed Al Bachir Al Ibrahimi, en Argelia, no evocaba a Voltaire, sino al Corán cuando asoció el colonialismo con una empresa satánica y profundamente antiislámica12 .
Los primeros levantamientos organizados de esclavos africanos en Brasil tampoco ocurrieron gracias a la francofonía, más bien gracias a la lengua del islam, el árabe, lo que los supremacistas blancos se cuidaron mucho de recordar: es necesario preservar el mito de los villanos árabe-musulmanes que hicieron pasar el África negra por el filo de la espada.
Recordar que el islam fue la piedra angular de la lucha anticolonial en los países musulmanes les disgusta a los promotores de la barbarie colonial y a sus descendientes ideológicos de derecha o de izquierda. Ellos, que siempre encontrarán ventaja en su empresa, incluso en su propia destrucción, según la concepción fundamental de que Occidente era, es y será el Faro del Mundo en una laicización grosera del concepto de “Destino manifiesto”. La génesis de un acto solamente puede emanar de ellos. Siempre son los únicos actores de la Historia.
No por azar mi profesión de la fe islámica se produjo en la unión entre el momento de la deconstrucción y el de la reconstrucción de mi identidad: semejante cuestionamiento no podía ser parcial y yo no podía ahorrarme una completa revisión de mi relación con el mundo. El materialismo ateo ciertamente no es neutro, ni históricamente ni culturalmente: es el producto de la modernidad occidental. No nos confundamos respecto de mis declaraciones: siempre hubo gente con todo tipo de ideas acerca del sentido de su existencia; esto no implica ningún grado más o menos importante de alienación a la ideología de la modernidad occidental o, en otras palabras, a la ideología colonial.
Es más bien al aspecto hegemónico de esta doctrina al que apunto, este mismo que alteró desde hace mucho tiempo las diferentes religiones produciendo materialismos religiosos inseparables de un “desencantamiento del mundo”, este mismo, a su vez, indisociable de la colonización en tanto acto de puesta en periferia del conjunto del mundo alrededor de un centro dominador y hegemónico.
Precisamente a raíz de este aspecto hegemónico, mi palabra perdió un peso considerable dentro del ámbito militante y universitario, debido a mi testimonio de fe: me volví un individuo considerado “premoderno”, por no usar otros adjetivos.
Tampoco es por azar que el islam, así como también otras tradiciones espirituales, haya cumplido un papel tan importante en el seno de los movimientos afroamericanos: el que se hace garante de tu alma es también el que la posee; por lo tanto, una deconstrucción no puede ser completa sin un total cuestionamiento de la relación con el mundo, en todas sus dimensiones.
El trabajo de descolonización muy a menudo ha sido marcado por una transformación espiritual, sea en Irán con el Ayatola Jomeini y Ali Shariati, en Estados Unidos con Martin Luther King o Malcolm X, en India con Gandhi, en Perú con Tupac Amarú, en Argelia con Malek Bennabi, en Burkina Faso con Thomas Sankara o en Nicaragua con los sandinistas: consiste en una puesta a distancia crítica del “centro colonial”, encarnado en la forma de religiosidad dominante, mediante la ayuda de la conversión a otra religión, o bien mediante una reapropiación de esta fuente religiosa y su reajuste en una nueva interpretación. En definitiva, ambas tentativas no son tan diferentes.
Volviendo a la especificidad de la cuestión de los afrodescendientes uruguayos, no puedo dejar de evocar el rol identitario fundamental de las percusiones agrupadas bajo el nombre de “kandombe” (literalmente: “lo que hacen los negros” en idioma yoruba) en la conciencia afro. Ahí se encuentra el vínculo jamás interrumpido entre África y América, en los desfiles anuales o “llamadas”, que eran tanto demostraciones de fuerza como un medio de comunicación entre los esclavos africanos. Asimismo, encontramos en los símbolos que adornan diferentes banderolas, colores y banderas elementos de referencia propiamente africanos que nuestros ancestros buscaban transmitirnos: existen símbolos donde se mezclan la luna creciente y la estrella, indiscutible testimonio de la presencia del islam en los africanos deportados a América, corroborado por el descubrimiento de registros escritos en árabe por los esclavos africanos de Brasil.
El islam es pues un elemento integrado a la cultura africana y a la vez a la cultura afroamericana: una cuarta parte de los africanos deportados al universo concentracionario de América era musulmana.
Por supuesto que al kandombe no lo practican solamente los afrodescendientes. Muchos grupos están ahora mayoritariamente compuestos por blancos y un blanco puede perfectamente apreciar esta música e identificarse con ella. Esto no impide que la relación de un afrodescendiente con el kandombe sea necesariamente diferente: es para nosotros un elemento de supervivencia, una cuestión de vida o de muerte para nuestro pueblo el saber preservarlo y recordar sin cesar su significado y su historia.
Esta narración del rol de la cultura en la construcción de mi propia identidad no es, por cierto, tan orgánica y lineal como podría parecer: intento volver a juntar los fragmentos a posteriori. Tampoco quiere decir que el trabajo esté acabado. La profesión de la fe islámica tiene, por ejemplo, un lugar significativo: es un accidente en este trabajo de deconstrucción y un agente importante en el trabajo de reconstrucción, por lo tanto no ha sido otra cosa que el fruto de una búsqueda espiritual interior que trasciende estas consideraciones a la vez que las contiene. El grado de importancia de su rol solamente se me hizo claro, por así decirlo, durante la redacción de este artículo.
Mi reflexión sobre este tema todavía se encuentra en un estadio embrionario y cualquier comentario o recomendación sería para mí una ayuda valiosa en su desarrollo. Sobre todo si se considera que el acoplamiento del testimonio de una experiencia con su análisis constituye una empresa peligrosa en cuanto a la escritura de este artículo. La separación de la identidad afro en tres entidades es ficticia, por supuesto; no es sino un recorte que me permite expresar una relación con esta identidad y no una teoría de pretensión universal, como lo decía al principio de estas líneas. Cada parte es interdependiente e indisociable: la experiencia negra es a la vez una puerta y una jaula oscura, su relación con la historia una llave y una cadena, y su cultura una luz preciosa.

Traducción del francés: Véronique Celton – Revisión: María Wallas

1. Esta nota ha sido publicada originalmente en francés en el sitio web de Les Indigènes de la République, http://www.indigenes-republique.fr/article.php3?id_article=1802 La traducimos y la publicamos con la muy amable autorización del autor (N. de la T.).
2. http://www.cases-rebelles.org/qui-est-noir-e/. Se puede leer el artículo en castellano en mi blog www.descoloniza-te.blogspot.com. Cases Rebelles es un sitio web francés de afrodescendientes y africanos, que alberga un programa de radio online.
3.http://www.mrax.be/spip.php ?article270
4.El autor se refiere a situaciones en las que presencia y percibe directamente la transformación de su propia identidad en la mente de un interlocutor, en el momento en que este se percata de su mestizaje. Con frecuencia cambia la actitud de la persona hacia él. Entró como blanco en una habitación, pero sale mestizo de ella (N. de la T.).
5.Quiero aclarar que este es el caso real de una mujer que conocí en el Norte argentino, hija de una japonesa y de un argentino blanco y a la que todos percibían como “indígena”, lo cual por supuesto no corresponde. Mi propósito es insistir en el derecho de cada uno a autodefinirse.
6.http://www.theroot.com/views/exactly-how-black-black-america ?page=0,0&fb_ref=fb_share_toolbar_horizontal)
7.Ver al respecto: “An African Tree Produces White Flowers: Black Consciousness in the Afro-Argentine Community During the Nineteenth and Twentieth Centuries” : http://www.as.miami.edu/clas/pdf/erika_edwards.pdf
8.Volveré sobre el caso del kandombe y su reapropiación problemática como «elemento nacional» de la cultura uruguaya en otro artículo, así como sobre el racismo en Uruguay, su costado más «estructural» y sus especificidades nacionales.
9.“colorismo”: teoría tendiente a dividir el afro descendiente en una miríada de categorías según el color de la piel y la parte más o menos importante de « sangre » negra.
10.Fanon, F., Los condenados de la Tierra, 1ª edición, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007 (N. de la T.).
11.Galeano, E., Las venas abiertas de América latina, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2010 (N. de la T.).
12.http://www.liberation-opprimes.net/la-fatwa-de-cheikh-el-ibrahimi-contre-le-colonialisme/

viernes, 1 de marzo de 2013

¿Quien es negro-a?

Este articulo no lo he escribo yo, viene de los hermanos frances de "Cases Rebelles".










Cuando me digo negro, negro hace referenciaa un grupo humano construido como tal. No un grupo natural, biológico. La raza no es eso. Negro es una denominación fabricada históricamente, socialmente,
etc. Hace alusión, cuando la ocupo, a los pueblos de Africa subasaharista y a las poblaciones que de ahí descienden, los afro-descendientes, presentes en todo el resto del mundo. Hace referencia a una historia colonial marcada atestada de explotación de esclavos masiva.


El término negro no es neutro. Deriva del simbolismo moral de la dicotomía negro/blanco. No tiene nada que ver con un análisis cromático preciso. Los negros-as no tienen la piel de color negro y los blancos-as no son blancos. Las personas de ascendencia negro-africana, en Africa o en otros lugares, tienen pieles que varían de más oscura a más clara, los cabellos más o menos rizados, con rasgos más o menos comúnmente reconocidos como negroides. No hay negro verdadero o falso.



¿El mestizaje? Yo soy lo que llaman comúnmente mestizo, termino por defecto del pensamiento racial, proveniente de la ganadería de animales pero también vegetal. El concepto mestizo es repulsivo cuando se supone que existe un nivel racial de pureza.
Pero alguien como Gloria Anzaldua ha reflexionado con dedicación al rededor del concepto de "mestizo". Cuando yo me digo mestizo hablo de haber nacido de una pareja negro/blanco en contraste con los niños nacidos de una pareja negro/negro, tal que blanco y negro han sido co.construidos.
Una vez más el pensamiento racial es hecho de fantasías, de aproximaciones, de auto-definiciones, y de asignaciones. Ciertas personas en el mismo caso no se dicen mestizos, sino mulatos, birracial, etc. Y ciertas personas revindican el termino mestizo por otros contextos sin implicar necesariamente la mezcla entre los grandes grupos raciales tal como han sido fabricados.


En lo que a mi concierne, tuve un padre blanco. Mi vivencia social no tuvo estrictamente nada que ver con la suya. Mis experiencias ligadas al hecho de ser negro, según mi propia definición, le son integralmente extranjeras, exteriores, incomprensibles. Mi presencia a su lado siempre genero miradas interrogantes. Pero crecí constantemente al lado de mi madre, es ella sobre todo quien me a criado; a ella nadie jamas le ha preguntado por que nosotros no éramos tan negros como ella. Siempre me consideré negro. Negro con un padre blanco.



Sin embargo, regularmente ciertos negros-as, sin duda con ojos de lince  de la raza, la ironía al borde de los labios, elegían la primera ocasión para calificarme de blanco.

Escucharse calificado de blanco me es doloroso y violento sobretodo cuando el que habla no ignora que soy afro-desendiente. Y además… no, no soy blanco. Y no se trata de mi percepción. Jamás en mi vida un blanco me ha tomado por un blanco. Jamas un árabe, un indio, me han tomado por un blanco. Los escasos negros-as que se encargan de llamarme blanco ¿me toman ellos por un blanco? Definitivamente que no, me parece…

No ver aquello que físicamente viene de mi ascendencia no es más que un ejercicio de miopía voluntaria. Aplastando una parte de mi historia y la de la historia de los negros. Apuntando a negarme una parte desproporcionadamente constitutiva de mi mismo. Porque no soy mitad negro, que te guste o no. Los mestizos no son mitad-mitad, como seguido lo he escuchado estúpidamente decir. Ni el menosprecio, ni el amor, ni la educación, ni la historia, ni la cultura se han extendido en mi compartiendo 50/50. En un país globalmente blanco, en un mundo saturado de supremacía blanca donde he constantemente soportado racismo y negrofobia, soy negro. Constantemente me he sentido negro porque he sido construido como tal, por unas asignaciones, por mis decisiones y por un montón de procesos, conscientes o no.
Por su puesto, otros mestizos o negros de piel blanca no se dicen negros. Por varias razones, sean sus elecciones, sus historias, las construcciones. Personalmente, soy negro. Mestizo. Antillano. Caribeño. Del norte de Francia. Soy todo eso…

la piel clara la compartimos con otros negros-as en los mestizajes lejanos o desconocidos. Entonces, todos nosotros-as somos falsos negors, unos blancos? La idea subyacente detrás esas provocaciones es de expulsar al negro de piel clara al exterior del grupo, poniendo en duda su autenticidad negra. Aquel no sería "puramente" negro. Sobre el/ella pesa la sospecha. Pero sospecha de que? Los negros -as claros-as serán unos traicioneros por culpa de aquella parte de el Otro que les habita. Pero traicioneros de que? De cual causa?




Ciertos-as amarán también calificar de blancos a los negros de la diáspora. Sí, escuché que en Francia una africana militante idiota del Partido de Izquierda decir que los Antillanos eran ya un poco blancos-as.¿Blancos. Por qué? Porque han tenido la gran suerte de hacerse deportar, explotar hasta la sanggre. Porque las mujeres han tenido la oportunidad de hacerse violar masivamente por los esclavistas. Porque aquí como en otras partes en las Americas las pieles se has despejado de violaciones. Reprochar al descendiente de esclavo sus tintes, sus lugares, sus idiomas, su cultura, es reprochar a los escalvos de haberse convertido en esclavos. Lo que es patético y completa magníficamente la obra de los negreros. En la esclavitud perdimos todo porque éramos negros, pero además nos convertiremos en blancos. ¿Qué decir ante tanta tontería?
Para volver a los negros-as que son claros es verdad que el contexto colonial y de esclavitud los ha podido favorecer. Todo sistema de terror necesita unos intermediarios y ciertos-as se han aprovechado bastante, otros nada en lo absoluto. Algunos-as, como Soldedad de Guadalupe, es el ejemplo más conocido, han dado su vida contra la abominación de la esclavitud. A toda epoca negros más claros han servido infaliblemente las luchas del pueblo negro; Kathleen Cleaver, Angela Davis, Malcom X, Web Du Bois. Vayan a decirle que no solamente no son negros sino que son blancos.



---------------------------------------------------------------------------------------
Los Africanos aficionados a la utilización que Malcom hacía de los proverbios. Sus respuestas eran tan reflexionadas y detalladas como lo fue también su alocución. Entonces un estudiante se levanta.
-Lo que me pregunto, Sr. Malcom X, es por qué usted se califica de negro. Usted tiene más aire de Blanco que de Negro.
El joven vuelve a sentarse. En la sala sombría, se escuchaban unas risitas incomodas y unos murmullos reprochadores.

Al principio, Malcom se ríe. El abre la boca y ríe fuerte, ríe mucho tiempo.

-Hermanito, espero que esa pregunta desde mi llegada en Africa. Son muchos a quienes ya se les pasó por la cabeza, pero tu eres el único que tiene las agallas de plantearla. Admiro tu coraje. Y bueno, a lo que estábamos. En mi casa, quiero decir, ahí donde nací, unos blancos me trataron de negro amarillo, de negro de piel clara, de negro rojo y orgullo, de negro sedicioso con piel clara, pero hasta hoy, nunca me habían tratado de Blanco. Lo que quiero decir, es que los Blancos, que deben saber incluso reconocerce entre ellos, nunca han cometido el error de cerrar los ojos sobre mi sangre africana. Es extraño explicar los efectos de la esclavitud en Africa, y el joven que ha planteado la pregunta, es probablemente el único que tenía la necesidad de poner los puntos sobre las i, pero si hay otros, les sugiero que escuchen con atención.

En calidad de esclavos, nosotros pertenecemos a amos.
Ellos hacen trabajar los hombres hasta que la muerte sobreviene. A su nacimiento, muchos niños tenían el mismo aspecto que yo. Los amos no reconocían a sus hijos, pero, por suerte, conservamos suficientes ideas africanas para creer que un hijo de madre era también de los nuestros, poco importa la identidad de su padre.

Antes de convertirme musulmán, a la época donde yo vagaba por las calles de America, unos negros, por culpa del color de mi piel, me llamaron "rojizo de Detroit". Algunos me maldijeron y me trataron con nombres que la decencia me prohibe repetir, pero ninguno de ellos intentó mandarme con los blanco. Fui aceptado. Ahí es a donde quiero llegar: si los Blancos que saben no quieren nada conmigo y que los Negros que saben quieren de mi, mi apariencia, me parece, no deja lugar a dudas. Yo soy un hombre negro. Nótese que yo no digo que soy un Negro americano. Yo no soy ni demócrata, ni republicano, ni americano.

Maya Angelou, Un billet pour l'Afrique, 1986
------------------------------------------------------------------------------------

Los negros-as que se estiman "puros" pueden hacer aquella elección política e histórica:

-reconocer que nosotros somos negros-as y que nos puede cortar esa parte de nuestra historia.
-reconocer que en la lucha de los negros contra el eurocentrismo y de la supremacía blanca, la exactitud de estos objetivos, incluso si estos pueden estar ligadas a las historias personales, no pueden estar ligadas al grado de melanina.

No puedo hacer nada contra vuestra percepción, pero en lugar de deformar o negar la realidad, creamos en la lucha.



Me niego a llamar racismo a lo que los negros-as más claros-as vivent como desprecio de la parte de otros negros. Es autodestrucción, marginación, tontería, ignorancia, pánica identitaria estúpida pero no racismo… Ese desprecio puede crear sufrimientos muy fuertes. Puede mandar uno de dos, lejos de estar cómodo. Pero no sirve ningún proyecto gobal contrariamente al menosprecio de los negros-as claros-as hacia los más oscuros-as que se inscribe en el orden de la supremacía blanca, la negrofobia, y las aspiraciones al blanqueamiento.

Otros mestizos-as también se creen emblemáticos de un futuro racial; intrínsecamente abiertos-as al mundo, o intrínsecamente subversivos-as, lo que es absurdo y pretencioso.

Todo eso existe por lo que admito que la desconfianza no es incongruente… A veces mi tinte me procura privilegios; me beneficio conscientemente o no. Tener una familia blanca, francesa, es tener eventualmente más llaves aquí en la sociedad anfitriona, entre los dominantes- Pude sacar provecho conscientemente o no.

Pero sé también que mi prima de mi edad quien creció en las Antillas no puede imaginar los insultos, las violencias, que conocí aquí, en una soledad casi absoluta. Ninguno de los dos ha eligió ser negro oscuro o negro claro, de crecer en Francia o en Guadalupe. Las verdaderas elecciones vienen después y son políticas. Yo siempre fui como una evidencia al lado de mis semejantes. Algunos-as han hecho bien espontáneamente la elección de reconocerme
en mi lugar. Otros se obstinan no solamente a negar una parte de mi mismo, sino también a jerarquizae la negritud en ficción de la melanina. Que se acuerden que es la colonización y la esclavitud quienes crearon el colorismo y sus jerarquías.



No sueño que un día todas las etiquetas identitarias desaparezcan. Encuentro eso utópico y plano como sueño. Hay que desear evidentemente que no se asocien más los rasgos, el color de piel, un origen geográfico a comportamientos, a una naturaleza, etc…Pero se necesita soñar la desaparición de palabras para luchar contra eso. Yo no sueño con una gran limpieza que mueva todos nuestros polvos de identidades bajo el tapiz universal; no es más que una fantasía aplastante nacida de una falsa revolución que dio lugar a los derechos "del hombre" y practicaba la esclavitud. Yo cuando apago las "Luces" sueño con una proliferación excesiva de étiquetas no exclusivas. No tengo ningún problema de ser, negro, mestizo, antillano, guadalupense, caribeño afro-descendiente, descendiente de esclavos, del Norte de Francia, etc.

Si los tranquiliza neutralizarme en sus grandes conjuntos fijos, entonces no han dejado la ansiedad.

-----



CASES REBELLES

Articulo traducido desde una webradio francesa "Cases Rebelles"

http://www.cases-rebelles.org/

articulo original : http://www.cases-rebelles.org/qui-est-noir-e/

Gracias a nacha berrios bloomfield por la traducion desde el Frances !

lunes, 18 de febrero de 2013

El genocidio indirecto




La discriminación social y económica ha precipitado la disminución del número de afrouruguayos que integran la población nacional. Se trata, sostiene Rafael Bayce en este artículo, de "un genocidio indirecto no tan estudiado y fácil de entender y responsabilizar históricamente, como la matanza de los últimos charrúas por Bernabé Rivera".





Demográficamente, el primer negro que vino a América desembarcó en el segundo viaje de Colón.

La primera experiencia de traída de negro como mano de obra barata a este continente data de 1510, la primera autorización para hacerlo formalmente se remonta a 1532.

Se discute aún sobre si los primeros negros en arribar al Río de la Plata fueron introducidos por Hernandarias (que los incluye en su testamento) o con la expedición de Juan Ortiz de Zárate. En todo caso, fue antes del primer cuarto del siglo XVII.

Sí se sabe que un negro esclavo llamado Gregorio era pregonero dos años después de la fundación de Montevideo, en 1728. Hasta 1738 sólo existían esclavos introducidos personalmente por sus amos. Pero en ese año el Cabildo de Montevideo peticiona la introducción de mano de obra guineana, que llega en un navío de Thomas Navarro en 1743.

Ese flujo africano hace que el Censo de Viana en el Montevideo de 1751 registre casi un 15% de esclavos negros en el total de la población de 939 residentes (141).

La introducción de los negros no fue muy abundante hasta 1595, bajó el régimen jurídico de “licencias”, permisos de introducción pagos que no obligaban a la introducción efectiva y que podían ser renegociados.

La sustitución paulatina de las licencias por “asientos” (1595-1787), aumentó el ingreso de contingentes negros, porque el permiso obligaba a la entrada efectiva de esa mano de obra.

Aunque siempre hubo importación clandestina, además de la autorizada, el ingreso masivo de negros adquiere un gran impulso con las “capitulaciones” que pactan enormes ingresos de eslavos, ahora de tráfico libre y exento de impuestos (1787-1812).

En medio de este movimiento creciente de introducción de esclavos, del cual los españoles participaron tardía y débilmente, Montevideo, por Reales disposiciones de 1789, 1791, 1801 y 1809, monopoliza el sitio de introducción de negros en el Río de la Plata.

Las consecuencias demográficas no se hacen esperar. El Censo de Montevideo de 1805, registra 3.114 negros de entre 9.359 habitantes. Los negros que eran el 15% de los montevideanos en 1751, son ahora el 33% en 1805.

Pero en 1813, fin del período de florecimiento demográfico negro en Montevideo, son 14.000 de los 21.000 residentes, el 66% de la población.

En suma, demográficamente, los negros, desde 1751 a 1813, en 62 años, más que cuadruplican su participación porcentual en la población montevideana y centuplican en números absolutos su contingente dentro de un Montevideo que creció 25 veces en ese período.

Como consiguió Montevideo reducir, 150 años después, el contingente negro, del 66% de la población a un porcentaje menor al 10%, es un estudio que debería emprenderse. Seguramente es una mezcla de inmigración europea masiva, guetización, discriminación social y económica. En fin, un genocidio indirecto no tan estudiado y fácil de entender y responsabilizar históricamente, como la matanza de los últimos charrúas por Bernabé Rivera.



ABOLICION Y DISCRIMINACION

Pero el crecimiento demográfico inicial estaba acompañado de un también creciente miedo al número de negros y supuesto potencial de rebelión (el fantasma de Espartaco) y de una estigmatización moral y social etnocéntrica.

Por ejemplo, recién iniciadas las licencias, en 1550, se prohíben temporariamente porque se temía que las costumbres y la moral fueran afectadas por la religión y los bailes africanos.

Nada muy distinto ocurriría en el Montevideo de los años 1980 cuando la autorización para el monumento a Iemanjá dormía en escritorios gubernamentales.

A la discriminación sociocultural corresponde, inicialmente para aislar contingentes enfermos y apestados por las inhumanas condiciones de hacinamiento e higiene de los barcos negreros, la fundación, en lo que es hoy Capurro, del primer gueto negro, entonces llamado el Caserío de los Negros.

Allí la discriminación socio cultural tomó encarnadura gráfica y facilitó la discriminación económica que reprodujo el círculo vicioso de la pobreza y la marginalidad más tarde.

Sin embargo, esa pauperización, marginación y alimentación del círculo vicioso de la pobreza se dan la mano con la conquista de igualdades formales y la admisión de rasgos culturales negros que mienten su aceptación sociocultural.

En efecto, los bailes, danzas y reuniones de las “naciones” afrouruguayas son confinadas a extramuros y luego reducidas a guetos geográficos que sucedieron al Caserío de Capurro (Barrio Sur y Palermo, etc.).

Las celebraciones rituales son desreligoisizadas y convertidas en aporte exótico a las inversión fingida de las jerarquías sociales que consagra el Carnaval.

En ese panorama de marginación, genocidio indirecto y pseudo aceptación cultural, la Constitución de 1830, primera del Uruguay independiente, consagra la libertad de vientres.

En 1842, llegará la abolición de la esclavitud por el gobierno colorado, que será confirmada en 1846 por el gobierno blanco.

Los dos grandes partidos tradicionales uruguayos eliminan la esclavitud con honrosa precocidad en el mundo.

Pero simultáneamente discriminan, guetizan, alimentan el círculo vicioso de la pobreza negra, mienten su aceptación cultural en exotismo y permitiendo el brillo negro en lo secundario socialmente (jugadores de fútbol si, boxeadores también; ministros, médicos y abogados, no).

Por eso es que debemos celebrar con reservas la abolición de la esclavitud; importante como hecho ideológico, aunque en la práctica haya oscurecido la discriminación, la guetización, la pauperización y el genocidio masivo indirecto.

Por el sociólogo y escritor Rafael Bayce

domingo, 17 de febrero de 2013

"Es muy commún que a nosotros se nos eluda o se nos escamotee cuando no el nombre, el apellido; y es asi que nos encontramos con la "negra maría" o "el negro Benavidez" y nunca como corresponde, la señora o doña maría o el señor Benavidez...
Y lo más grave aún es que en la mayoría de los casos somos nostros los que más cooperamos en esa desvalorización de nustra personalidad.
"

César Techera, periodista afrodescendiente. 1947