lunes, 18 de febrero de 2013

El genocidio indirecto




La discriminación social y económica ha precipitado la disminución del número de afrouruguayos que integran la población nacional. Se trata, sostiene Rafael Bayce en este artículo, de "un genocidio indirecto no tan estudiado y fácil de entender y responsabilizar históricamente, como la matanza de los últimos charrúas por Bernabé Rivera".





Demográficamente, el primer negro que vino a América desembarcó en el segundo viaje de Colón.

La primera experiencia de traída de negro como mano de obra barata a este continente data de 1510, la primera autorización para hacerlo formalmente se remonta a 1532.

Se discute aún sobre si los primeros negros en arribar al Río de la Plata fueron introducidos por Hernandarias (que los incluye en su testamento) o con la expedición de Juan Ortiz de Zárate. En todo caso, fue antes del primer cuarto del siglo XVII.

Sí se sabe que un negro esclavo llamado Gregorio era pregonero dos años después de la fundación de Montevideo, en 1728. Hasta 1738 sólo existían esclavos introducidos personalmente por sus amos. Pero en ese año el Cabildo de Montevideo peticiona la introducción de mano de obra guineana, que llega en un navío de Thomas Navarro en 1743.

Ese flujo africano hace que el Censo de Viana en el Montevideo de 1751 registre casi un 15% de esclavos negros en el total de la población de 939 residentes (141).

La introducción de los negros no fue muy abundante hasta 1595, bajó el régimen jurídico de “licencias”, permisos de introducción pagos que no obligaban a la introducción efectiva y que podían ser renegociados.

La sustitución paulatina de las licencias por “asientos” (1595-1787), aumentó el ingreso de contingentes negros, porque el permiso obligaba a la entrada efectiva de esa mano de obra.

Aunque siempre hubo importación clandestina, además de la autorizada, el ingreso masivo de negros adquiere un gran impulso con las “capitulaciones” que pactan enormes ingresos de eslavos, ahora de tráfico libre y exento de impuestos (1787-1812).

En medio de este movimiento creciente de introducción de esclavos, del cual los españoles participaron tardía y débilmente, Montevideo, por Reales disposiciones de 1789, 1791, 1801 y 1809, monopoliza el sitio de introducción de negros en el Río de la Plata.

Las consecuencias demográficas no se hacen esperar. El Censo de Montevideo de 1805, registra 3.114 negros de entre 9.359 habitantes. Los negros que eran el 15% de los montevideanos en 1751, son ahora el 33% en 1805.

Pero en 1813, fin del período de florecimiento demográfico negro en Montevideo, son 14.000 de los 21.000 residentes, el 66% de la población.

En suma, demográficamente, los negros, desde 1751 a 1813, en 62 años, más que cuadruplican su participación porcentual en la población montevideana y centuplican en números absolutos su contingente dentro de un Montevideo que creció 25 veces en ese período.

Como consiguió Montevideo reducir, 150 años después, el contingente negro, del 66% de la población a un porcentaje menor al 10%, es un estudio que debería emprenderse. Seguramente es una mezcla de inmigración europea masiva, guetización, discriminación social y económica. En fin, un genocidio indirecto no tan estudiado y fácil de entender y responsabilizar históricamente, como la matanza de los últimos charrúas por Bernabé Rivera.



ABOLICION Y DISCRIMINACION

Pero el crecimiento demográfico inicial estaba acompañado de un también creciente miedo al número de negros y supuesto potencial de rebelión (el fantasma de Espartaco) y de una estigmatización moral y social etnocéntrica.

Por ejemplo, recién iniciadas las licencias, en 1550, se prohíben temporariamente porque se temía que las costumbres y la moral fueran afectadas por la religión y los bailes africanos.

Nada muy distinto ocurriría en el Montevideo de los años 1980 cuando la autorización para el monumento a Iemanjá dormía en escritorios gubernamentales.

A la discriminación sociocultural corresponde, inicialmente para aislar contingentes enfermos y apestados por las inhumanas condiciones de hacinamiento e higiene de los barcos negreros, la fundación, en lo que es hoy Capurro, del primer gueto negro, entonces llamado el Caserío de los Negros.

Allí la discriminación socio cultural tomó encarnadura gráfica y facilitó la discriminación económica que reprodujo el círculo vicioso de la pobreza y la marginalidad más tarde.

Sin embargo, esa pauperización, marginación y alimentación del círculo vicioso de la pobreza se dan la mano con la conquista de igualdades formales y la admisión de rasgos culturales negros que mienten su aceptación sociocultural.

En efecto, los bailes, danzas y reuniones de las “naciones” afrouruguayas son confinadas a extramuros y luego reducidas a guetos geográficos que sucedieron al Caserío de Capurro (Barrio Sur y Palermo, etc.).

Las celebraciones rituales son desreligoisizadas y convertidas en aporte exótico a las inversión fingida de las jerarquías sociales que consagra el Carnaval.

En ese panorama de marginación, genocidio indirecto y pseudo aceptación cultural, la Constitución de 1830, primera del Uruguay independiente, consagra la libertad de vientres.

En 1842, llegará la abolición de la esclavitud por el gobierno colorado, que será confirmada en 1846 por el gobierno blanco.

Los dos grandes partidos tradicionales uruguayos eliminan la esclavitud con honrosa precocidad en el mundo.

Pero simultáneamente discriminan, guetizan, alimentan el círculo vicioso de la pobreza negra, mienten su aceptación cultural en exotismo y permitiendo el brillo negro en lo secundario socialmente (jugadores de fútbol si, boxeadores también; ministros, médicos y abogados, no).

Por eso es que debemos celebrar con reservas la abolición de la esclavitud; importante como hecho ideológico, aunque en la práctica haya oscurecido la discriminación, la guetización, la pauperización y el genocidio masivo indirecto.

Por el sociólogo y escritor Rafael Bayce

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